miércoles, 26 de junio de 2019

Lopérfido, el candidato que no fue

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La finalidad de esta entrada es darle nueva forma, y un poco más de extensión, a unas ideas que dan vueltas en mi cabeza y he intentado explicar en el caótico twitter.
La noticia que motiva estos comentarios es la decisión de Darío Lopérfido de bajar su candidatura a jefe de gobierno porteño (ver aquí). El dirigente iba a presentarse por un nuevo espacio, denominado Republicanos, que impulsaba su postulación, pero no pudo superar dificultades legales en el distrito y su candidatura se frustró. Según referentes de Republicanos, tomaron la decisión de no presentarse en 2019, continuar con el trabajo y participar en las legislativas de 2021.
La pregunta que uno se formula es: ¿por qué no quisieron presentarse, siquiera con una lista corta, esto es con una opción electoral confinada a los límites de CABA?
Karina Mariani (ver aquí) dio una razón valedera: no llegaron a tener partido propio. El sistema electoral funciona de tal manera que hace bastante difícil que aparezcan nuevos partidos, por los engorrosos requisitos que impone. Por tanto, no es justo reprocharle a un espacio político –cualquiera sea este- el no hacer algo que le resulta jurídicamente imposible. No pudieron, pero hicieron el intento; cosa loable en medio de tanta apatía y mediocridad.
Pero luego se conocieron explicaciones adicionales a cargo de Darío Lopérfido (ver aquí). Sobre las cuales quiero hacer algunos comentarios.
Dijo Lopérfido: "No quiero tener la responsabilidad, aunque sea por un voto, de que pierda el gobierno por mi decisión de correr en la Ciudad. Mi objetivo es que no vuelva el kirchnerismo". Ya no se trata de una imposibilidad jurídica, como la apuntada por Karina Mariani, sino de la voluntad de no contribuir siquiera remotamente a restarle votos al oficialismo. Y digo remotamente porque una candidatura a jefe de gobierno de CABA puede tener una incidencia muy escasa en una elección presidencial.
Otro referente del mismo espacio habló de no ser funcionales al kirchnerismo. El problema con este concepto de lo funcional es que resulta ambivalente. El precandidato que abdica con la intención de no ser funcional a unos (kirchnerismo) elige ser funcional a otros (macrismo). No discutiré si se trata de un peligro real o de un temor infundado. Aunque no deja de ser una ironía que la manera de no ser funcional al kirchnerismo requiera ser útil a un fórmula presidencial que incluye a Miguel Ángel Pichetto, quien desde el senado favoreció y votó todos los desastres del kirchnerato.
Quiero detenerme un poco en el principal supuesto implícito de esta conclusión: el kirchnerismo como “mal absoluto” (1). Si el kirchnerismo es un mal político radical, absoluto, incomparablemente más grave que el daño causado por el actual gobierno, no queda más que coincidir con Lopérfido, taparse la nariz y apoyar a Macri como el mal menor. Sin embargo, tal valoración no me parece acertada. Por el contrario, la considero fruto de una confusión de las palabras con las cosas, de los "discursos” con las acciones concretas. Y también el resultado de una astuta campaña de manipulación. Con palabras de Santiago González (ver aquí):
“El argumento de que hay que votar a unos para que no sigan/vuelvan los otros es falso, porque los unos y los otros ya han demostrado con creces que son lo mismo: el macrismo no hizo más que agravar los males causados por el kirchnerismo. Si hay alguna diferencia es apenas estética, o de modales. Los que se enriquecen gracias a su cercanía con el Estado siguieron haciéndolo en estos cuatro años como en todos los anteriores”.
Es que en la realidad entre macrismo y kircherismo no hay diferencia importante sino de grado y en distintos aspectos. Los datos macroeconómicos confirman (ver aquí) que Macri no sólo conservó el desastre recibido de Cristina Kirchner sino que lo empeoró. Además de la profundización del daño en la economía, también en los hechos políticos –que no en los discursos, hasta ahora- vinculados con la calidad institucional el gobierno de Macri a diario se esfuerza por asemejarse a sus predecesores.
Pero Darío Lopérfido, además de declinar su candidatura, y justificarse con el argumento de la funcionalidad, tres días después mantuvo un encuentro con el presidente Macri en la quinta de Olivos, en el cual ratificó que no se sumará a Juntos por el Cambio. Justificó su visita al presidente declarando el propósito de “generar canales institucionales que permitan acercar ideas y propuestas desde una oposición responsable”. En el contexto de lo que ha venido ocurriendo en las últimas jornadas, con un gobierno nacional que no vaciló en incorporar a sus filas a Pichetto (calificado como “delincuente” por Carrió y como “garante de la impunidad en el senado” por Zuvic); que no dudó en borocotizar al dirigente Alberto Asseff para aniquilar la candidatura de Espert; la actitud de Lopérfido luce al menos sospechosa. No puedo afirmar que hubo algún pacto oculto, porque carezco de pruebas y creo en la presunción de inocencia.
Por último, en declaraciones radiales Lopérfido dio un paso más: “Le pido a Gómez Centurión y a Espert que bajen sus candidaturas. Lo tiro como reflexión, no soy quién para decirles". El pedido es coherente para alguien que considera al kirchernismo como el “mal absoluto”. Pero sospechoso en un contexto de deserciones, traiciones y operaciones.
En lo que a mí respecta, reconozco que vi con simpatía la candidatura de Lopérfido y me animé a darle una cuota de confianza. Pero a la luz de sus recientes actitudes y declaraciones, me parece prudente retirar esa confianza hasta tanto su conducta disipe las sospechas que hoy se levantan sobre su actuación reciente.

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(1) Noción que remite a la obra de H. Arendt, Los orígenes del totalitarismo.



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