jueves, 18 de julio de 2019

Carta abierta a mi maestro y amigo Alberto Benegas Lynch (h)


Carta abierta a mi maestro y amigo Alberto Benegas Lynch (h)
Reflexiones sobre el pedido a José Luis Espert a días de las primarias.
Por Marcelo Duclos
Con motivo de la publicación de la carta de Alberto a José Luis Espert, donde, como todos ya saben, le solicita con las mejores intenciones que desista de su candidatura, consideré necesario hacerle llegar mi punto de vista. No solamente a mi maestro y amigo, sino a los que puedan compartir su preocupación.
Antes que nada, quisiera insistir en la actitud constructiva de Alberto y resaltar que no hay en sus palabras ninguna especulación ni mala intención. Digo esto porque en las últimas horas leí todo tipo de comentarios en las redes sociales donde hasta se llegó a poner en duda las motivaciones detrás de la carta abierta. Nadie que conozca mínimamente a Alberto (o esté familiarizado con su trabajo y trayectoria) puede decir semejante estupidez.
Con respecto a algunos “jóvenes libertarios”, que llegaron a las ideas antes de ayer y tienen como formación un par de horas de videos de YouTube, y que le dedicaron algunos agravios al maestro por su posición, mejor no hablar. Sin Alberto Benegas Lynch (h) no hay Javier Milei, José Luis Espert, Agustín Etchebarne, Roberto Cachanosky, Gabriel Zanotti, Ricardo Rojas ni todos los que formaron a las nuevas camadas.
Yo estoy absolutamente convencido que sin Alberto no hay Marcelo Duclos y le estaré agradecido toda la vida. Sus libros, artículos y conferencias han sido un pilar fundamental para mi formación y a la nueva generación que todavía no lo ha leído, pero que repite el mantra del “respeto irrestricto al proyecto de vida de otras personas”, les recomiendo enfáticamente que vayan a sus obras. Textos como Fundamentos del análisis económico o Las oligarquías reinantes son vitales para cualquier liberal que se precie de serlo. Alberto es la piedra fundamental del liberalismo argentino, un referente internacional y ninguno de nosotros le llega a los talones. Lo necesitamos muchísimos años más.
Aprovecho la oportunidad también para reconocerle a Alberto la generosidad que ha tenido siempre. Mientras que muchos referentes, que no se mueven sin cobrar sus jugosos honorarios (y no está mal, aclaro) el maestro, en términos que solamente la praxoelogía de Mises puede explicar, trabaja casi siempre solo por la retribución de sembrar liberalismo. En todos los eventos que he organizado, de los que él ha sido parte, jamás ha pedido un peso en concepto de honorarios. Ha viajado cientos de kilómetros en auto, dormido en hoteles de bajo o nulo estrellato, volado en clase turista y todo por amor a las ideas. Considero que estas infidencias deben ser conocidas por todos. Su apertura al diálogo, su actitud productiva de no atarse a ningún dogma fomentando el debate y su profundidad, transmitida con la mayor de las simplezas, lo hace el mejor de nosotros. Cuando le comuniqué que no compartía su carta a José Luis me dijo: “Querido Marcelo, así es la cosa: los desacuerdos permiten aprendizajes recíprocos”.
Con respecto al tema en cuestión, y reiterando que lo conozco lo suficiente como para asegurar que no hubo malicia en sus palabras, considero que el pedido de Alberto es desafortunado. Para empezar quisiera recordarle que hay muchísimas personas que no están dispuestas a votar por el oficialismo en ninguna de las instancias. Yo soy uno de ellos. Aclaro, para el que no me conozca, que no necesito ser advertido de lo que significó el kirchnerismo. Durante los peores años de la democracia argentina sufrí el autoritarismo del Gobierno anterior en primera persona. Por un período prolongado me dediqué a subsitir vendiendo cosas en la calle, contando con una carrera y un posgrado, porque tres posibles empleadores consecutivos me consideraron como un empleado de riesgo. No por lo que pueda hacer yo, sino porque estaba “escrachado” como un fuerte crítico del kirchnerismo. Cuando fui vetado de una prestigiosa casa de estudios en la que iba a empezar a desempeñarme como docente, un contacto interno me aseguró que recibió la orden de suspender mi contratación luego de haber sido “googleado”. El temor no era por mí, sino por mi antikirchnerismo activo, que ya había tomado estado público. La organización de las manifestaciones masivas, la venta de dólares en la calle en protesta del control de cambios, las clases abiertas de política monetaria en frente del Banco Central o el llamado a intercambiar las tarjetas de transporte para que el Estado no registre los movimientos de los usuarios, estaba al alcance de un click. Y si hubo algo peor que la censura en la época K fue la autocensura. Son las reglas y yo elegí mi camino. Lo volvería a hacer.
Pero seguramente que el día que peor la pasé fue cuando repentinamente fueron hackeadas todas mis cuentas en Internet. Me desempeñaba como asesor de prensa de una diputada opositora y tras recibir un llamado telefónico de mi antigua jefe, informándome sobre un proyecto delicado que se presentaría, y que complicaba al Gobierno, repentinamente desapareció mi acceso a cualquier cuenta en la red. Fue en cuestión de minutos. El llamado anónimo de un agente de inteligencia (seguramente enfrentado al Gobierno de entonces) que horas después me advirtió que esas comunicaciones sean personales, ya que la diputada y yo eramos monitoriados, me hizo sentir en carne propia la sensación de dictadura. Pasaron semanas hasta que pude recuperar mis mails y redes sociales. Al lado de eso, poco fue el día que una horda de más de 20 cobardes kirchneristas vinieron a propiciarme una golpiza, solo por estar con una mesita en la calle repartiendo folletos con la cara de Ricardo López Murphy. Para no ponerme demasiado autorreferencial, aclaro que yo también padecí al kirchnerismo, no justamente por “no poder comprar dólares”, como muchos que hoy se rasgan las vestiduras.
Cabe recordar que por esos días Mauricio Macri desistió de competir por la presidencia y le regaló a Cristina el famoso 54 % que sirvió de excusa para “ir por todo”. Igualmente lo apoyé públicamente en 2015, lo voté y no me arrepentí un solo día. Aunque sabía que no podía esperar grandes cosas de “Cambiemos”, nunca me imaginé que el nuevo Gobierno podía llegar a hacer un mamarracho como el que hizo de la mano de Pichetto con la cooptación de Asseff. Aún sabiendo que el macrismo apoyó la reforma política que virtualmente elimina la posibilidad de la creación de nuevos partidos, no lo imaginaba utilizando al estado (con minúscula, como me enseñó Alberto) para hacer semejante canallada. Querido maestro, si la utilización del aparato gubernamental para la eliminación de la oposición electoral es una “zancadilla”, debo decirte que estoy en profundo desacuerdo. Eso para mí, que pensaba acompañar al actual presidente en un eventual balotaje, fue un punto sin retorno. Como yo piensan varios. En lugar de buscar las responsabilidad por estos lados, creo que lo más justo sería guardar las críticas para el oficialismo, que hizo que muchos de los que le dimos los votos para vencer a Daniel Scioli en aquella segunda vuelta, hoy en la misma circunstancia prefiramos quedarnos en casa. Si el presidente quiere mi voto en alguna instancia, yo quiero unas disculpas, no como liberal ni como votante de Espert, sino como argentino. Ni el kirchnerismo hizo semejante barbaridad tan burda. Ellos se limitaban a seducir a los diputados ya electos. Guatemala y guatepeor.

Una coalición indeseada

Finalmente, he encontrado el tiempo para poner por escrito algunas ideas en las que venía pensando en las últimas semanas. Milei es presid...