Carta abierta a mi maestro y amigo Alberto
Benegas Lynch (h)
Reflexiones
sobre el pedido a José Luis Espert a días de las primarias.
Por Marcelo
Duclos
Con motivo de
la publicación de la carta de Alberto a José Luis Espert, donde, como todos ya
saben, le solicita con las mejores intenciones que desista de su candidatura,
consideré necesario hacerle llegar mi punto de vista. No solamente a mi maestro
y amigo, sino a los que puedan compartir su preocupación.
Antes que nada, quisiera insistir en la
actitud constructiva de Alberto y resaltar que no hay en sus palabras ninguna
especulación ni mala intención. Digo
esto porque en las últimas horas leí todo tipo de comentarios en las redes
sociales donde hasta se llegó a poner en duda las motivaciones detrás de la
carta abierta. Nadie que conozca mínimamente a Alberto (o esté familiarizado
con su trabajo y trayectoria) puede decir semejante estupidez.
Con respecto
a algunos “jóvenes libertarios”, que llegaron a las ideas antes de ayer y
tienen como formación un par de horas de videos de YouTube, y que le dedicaron
algunos agravios al maestro por su posición, mejor no hablar. Sin Alberto
Benegas Lynch (h) no hay Javier Milei, José Luis Espert, Agustín Etchebarne,
Roberto Cachanosky, Gabriel Zanotti, Ricardo Rojas ni todos los que formaron a
las nuevas camadas.
Yo estoy
absolutamente convencido que sin Alberto no hay Marcelo Duclos y le estaré
agradecido toda la vida. Sus libros, artículos y conferencias han sido un pilar
fundamental para mi formación y a la nueva generación que todavía no lo ha
leído, pero que repite el mantra del “respeto irrestricto al proyecto de vida
de otras personas”, les recomiendo enfáticamente que vayan a sus obras. Textos
como Fundamentos del análisis económico o Las oligarquías reinantes son vitales
para cualquier liberal que se precie de serlo. Alberto es la piedra fundamental
del liberalismo argentino, un referente internacional y ninguno de nosotros le
llega a los talones. Lo necesitamos muchísimos años más.
Aprovecho la
oportunidad también para reconocerle a Alberto la generosidad que ha tenido
siempre. Mientras que muchos referentes, que no se mueven sin cobrar sus
jugosos honorarios (y no está mal, aclaro) el maestro, en términos que
solamente la praxoelogía de Mises puede explicar, trabaja casi siempre solo por
la retribución de sembrar liberalismo. En todos los eventos que he organizado,
de los que él ha sido parte, jamás ha pedido un peso en concepto de honorarios.
Ha viajado cientos de kilómetros en auto, dormido en hoteles de bajo o nulo
estrellato, volado en clase turista y todo por amor a las ideas. Considero que
estas infidencias deben ser conocidas por todos. Su apertura al diálogo, su
actitud productiva de no atarse a ningún dogma fomentando el debate y su
profundidad, transmitida con la mayor de las simplezas, lo hace el mejor de
nosotros. Cuando le comuniqué que no compartía su carta a José Luis me dijo:
“Querido Marcelo, así es la cosa: los desacuerdos permiten aprendizajes
recíprocos”.
Con respecto al
tema en cuestión, y reiterando que lo conozco lo suficiente como para asegurar
que no hubo malicia en sus palabras, considero
que el pedido de Alberto es desafortunado. Para empezar quisiera recordarle que
hay muchísimas personas que no están dispuestas a votar por el oficialismo en
ninguna de las instancias. Yo soy uno de ellos. Aclaro, para el que no me
conozca, que no necesito ser advertido
de lo que significó el kirchnerismo. Durante los peores años de la democracia
argentina sufrí el autoritarismo del Gobierno anterior en primera persona.
Por un período prolongado me dediqué a subsitir vendiendo cosas en la calle,
contando con una carrera y un posgrado, porque tres posibles empleadores
consecutivos me consideraron como un empleado de riesgo. No por lo que pueda
hacer yo, sino porque estaba “escrachado” como un fuerte crítico del
kirchnerismo. Cuando fui vetado de una prestigiosa casa de estudios en la que
iba a empezar a desempeñarme como docente, un contacto interno me aseguró que
recibió la orden de suspender mi contratación luego de haber sido “googleado”.
El temor no era por mí, sino por mi antikirchnerismo activo, que ya había
tomado estado público. La organización de las manifestaciones masivas, la venta
de dólares en la calle en protesta del control de cambios, las clases abiertas
de política monetaria en frente del Banco Central o el llamado a intercambiar
las tarjetas de transporte para que el Estado no registre los movimientos de
los usuarios, estaba al alcance de un click. Y si hubo algo peor que la censura
en la época K fue la autocensura. Son las reglas y yo elegí mi camino. Lo
volvería a hacer.
Pero
seguramente que el día que peor la pasé fue cuando repentinamente fueron
hackeadas todas mis cuentas en Internet. Me desempeñaba como asesor de prensa
de una diputada opositora y tras recibir un llamado telefónico de mi antigua
jefe, informándome sobre un proyecto delicado que se presentaría, y que
complicaba al Gobierno, repentinamente desapareció mi acceso a cualquier cuenta
en la red. Fue en cuestión de minutos. El llamado anónimo de un agente de
inteligencia (seguramente enfrentado al Gobierno de entonces) que horas después
me advirtió que esas comunicaciones sean personales, ya que la diputada y yo
eramos monitoriados, me hizo sentir en carne propia la sensación de dictadura.
Pasaron semanas hasta que pude recuperar mis mails y redes sociales. Al lado de
eso, poco fue el día que una horda de más de 20 cobardes kirchneristas vinieron
a propiciarme una golpiza, solo por estar con una mesita en la calle
repartiendo folletos con la cara de Ricardo López Murphy. Para no ponerme
demasiado autorreferencial, aclaro que yo también padecí al kirchnerismo, no
justamente por “no poder comprar dólares”, como muchos que hoy se rasgan las
vestiduras.
Cabe recordar que por esos días Mauricio
Macri desistió de competir por la presidencia y le regaló a Cristina el famoso
54 % que sirvió de excusa para “ir por todo”. Igualmente lo apoyé públicamente
en 2015, lo voté y no me arrepentí un solo día. Aunque sabía que no podía
esperar grandes cosas de “Cambiemos”, nunca me imaginé que el nuevo Gobierno
podía llegar a hacer un mamarracho como el que hizo de la mano de Pichetto con
la cooptación de Asseff. Aún sabiendo que el macrismo apoyó la reforma política
que virtualmente elimina la posibilidad de la creación de nuevos partidos, no
lo imaginaba utilizando al estado (con minúscula, como me enseñó Alberto) para
hacer semejante canallada. Querido
maestro, si la utilización del aparato gubernamental para la eliminación de la
oposición electoral es una “zancadilla”, debo decirte que estoy en profundo
desacuerdo. Eso para mí, que pensaba acompañar al actual presidente en un
eventual balotaje, fue un punto sin retorno. Como yo piensan varios. En
lugar de buscar las responsabilidad por estos lados, creo que lo más justo
sería guardar las críticas para el oficialismo, que hizo que muchos de los que
le dimos los votos para vencer a Daniel Scioli en aquella segunda vuelta, hoy
en la misma circunstancia prefiramos quedarnos en casa. Si el presidente quiere mi voto en alguna instancia, yo quiero unas
disculpas, no como liberal ni como votante de Espert, sino como argentino. Ni
el kirchnerismo hizo semejante barbaridad tan burda. Ellos se limitaban a
seducir a los diputados ya electos. Guatemala y guatepeor.